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EL DÍA QUE ME PUSE EN LOS ZAPATOS DE MI TÍO SIGIFREDO ALVARADO VARGAS.
Guillermo Carvajal Alvarado
Tío Sigi, fue el personaje de referencia en mi familia de 9 hermanos, mis 11, y no se cuántos primos. La década de 1950 fue un período de fuerte crecimiento poblacional… ¡dichosostos! Las familias pobres eran extendidas y había de todo como en pulpería bien surtida.
Sigi, como se le conocía popularmente a mi padrino de bautismo y mi tío por lado materno fue un futbolista exitoso, en la década de 1950. Luego puso varios negocios, algunos muy buenos puntos comerciales, el más famoso el Pike bar, allá por la antigua castellana y el Toque bar diagonal a la escuela Omar Dengo, frente a la fábrica de camisas Manhattan en barrio Los Ángeles, como a
Como futbolista exitoso, siempre estuvo rodeado de amigos y sus bares los quebró por esa mala costumbre de volver el rótulo, más frecuentemente de lo debido. Pero es que para poder atender bien a los amigos necesitaba privacidad y por eso cerraba el negocio.
Sigi fue un enamorado de su equipo Orión Fútbol Club, si los azul grana, tanto así que a uno de sus hijos lo llamó Orión Alvarado, hecho insólito hasta donde sabemos.
Sigi Alvarado Vargas fue mi padrino de bautismo, albergó en una época el proyecto que mi carrera deportiva podía seguir la suya, pero la vida le tiene preparada a cada uno de nosotros caminos diferentes. Aunque jugué fútbol, y a un nivel aceptable, lo mío fueron los estudios, y los libros y siempre conté con su apoyo para poder seguir con mis proyectos.
Crecí con la admiración por la bondad y generosidad de este buen hombre, buen hijo, gran hermano, buen padre pero un apasionado del fútbol. Recuerdo que para la fiesta de mi bachillerato, me regaló unos elegantes zapatos color cordobán. Yo calzaba
Me sentí feliz al ver que iba a la fiesta de mi graduación en los zapatos de mi tío y padrino por el que tanta admiración cultivé. Ignoro la razón porque la fiesta de entrega de los diplomas del Liceo del Sur se hizo en el Colegio Los Ángeles, y ahí empezó la prueba de fuego para mis pies, los zapatos de tío eran número 38 y yo calzaba 39, y en camino largo hasta la lengua pesa.
Recuerdo que nos bajamos frente al gimnasio nacional, ya en el bus había empezado a sentir el dolor de pies y había empezado a zafarme los zapatos de manera discreta. Y empezamos la caminata final hasta el auditorio del Colegió los Ángeles, no recuerdo la distancia, porque las distancias no son reales son relativas a las necesidades y a las emociones… el camino se me hizo eterno… si eran leguas de caminata y en mi díalogo interno me decía... " mejor me hubiera puesto mis viejos zapatos, aunque hechos trizas, ya estaban amansados" . Pero por otro lado no quería aguar la fiesta y la caminata que empecé con paso firme, ya al final me iba quedando rezagado, ¿Que te pasa? Inquirió mi madre, nada, Florita, nada, solo un poco emocionado, no vez que cada vez nos acercamos más. Si mijito, tranquilito, no se asuste, para estamos aquí a tu lado. No quería inquietarlos, pero los pies me iban a estallar del dolor.
Como los zapatos eran estilo mocasín, me monte encima del contrafuerte y llegué con aquellos zapatos de lujo como si fueran chancletas, pero solo así pude aguantar aquella distancia eterna. Entré al Colegio los Angeles y al primer homo sapiens que avisté le pregunté donde estaban los baños, ya ni recuerdo quien me indicó el lugar. Salí volado, me quité los zapatos marca calderón, de color cordobán, les di una mirada retadora, los sumergí en el lavamanos, quité mis calcetines y los pasé por agua… y así pude soportar los largos discursos de los oradores invitados, nada menos que nuestro director, Prof. Claudio Sánchez Fernández, el ministro de educación Euladislado Gámez Solano, y no recuerdo quien más…los pies se seguían maltratando.
Mi padre que fue un hombre muy de a por derecho, me decía: "hijo tenes que llevar esos zapatos con dignidad, son de tu tío una gloria del fútbol en este país". Pero yo supe ese día que nunca más me pondría en los zapatos de otra persona, porque mi vida tenía que ser diferente, y la felicidad de andar en los zapatos de tío Sigí me duró solo unos minutos de aquella larga noche.
Nunca más me volví a poner aquellos hermosos zapatos, preferí mis viejos zapatos escolares marca catalana, con suela de llanta que eran eternos y que me servían para vestir, mudarme decíamos en aquella época, jugar fútbol e ir a marcar con la vecinita… nunca más volví a extrañar unos zapatos finos... Del calzado, no pido una horma especial para mis pies, solo pido me dejen caminar plácidamente por la vida y me ayuden a evitar las piedras del camino y que no dejen tropezar dos veces con la misma piedra.
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